
El sol toca mi cara, y me siento asquerosamente viva. Sacudo la cabeza para intentar despejar pensamientos autodestructivos, y de nuevo pienso, ¿por qué a mí?. La fe se me fue entre los dedos como la arena, y sólo me queda un poco de desesperación en un bolsillo y una cuenta corriente de angustia. Muchos adioses nunca dichos por miedo a que alguno, alguno quizás, termine siendo el último. Decir en voz alta ciertas cosas, las vuelve reales. Yo no quiero realidad, yo te quiero a vos hasta los 125 años. Nunca va a ser un buen tiempo para despedirse. Hay adioses que son mejores no tenerlos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario