Ya es la tercera semana consecutiva que voy al bar solamente para verla ser. Los mozos y Don Pedro, el dueño, me miran con recelo, preocupándose por mis insólitas visitas diarias un tanto acechadoras. Visitas que consistían en pedir un café cortado, sentarme en la barra y observar como los rayos de luz golpeaban dramáticamente el rostro de aquella mujer que me tenía de pies a cabeza fascinado.
Su comportamiento al pasar los días no variaba, a veces la veía leyendo libros gigantescos y subrayando, por lo que pude deducir que estaba en sus jóvenes 20's y estudiando alguna carrera universitaria muy demandante; otras veces iba con su computadora y escribía sin cesar, siempre tuve la duda si es que era una persona muy amigable en las redes sociales y vivía conectada o era alguna especie de escritora clandestina que encontraba refugio en un pequeño bar de San Telmo, entre el olor a antigüedad y polvo. Solía estar conectada a sus auriculares rojos, a veces miraba por la ventana y se perdía como a mí tanto me gustaba, entrando en una especie de trance cósmico y volviendo al planeta tierra para continuar su travesía. Eran mis 15 minutos favoritos del día, en los cuales podía admirarla sin descaro, sin el miedo a ser descubierto.
Un martes, mientras tomaba mi clásico café y pretendía leer un libro de Kafka en mis visitas diarias al café de Gibraltar, aunque en realidad era para adorar la compañía un tanto lejana de una damisela desconocida, me invadió el cuerpo una sorpresa inesperada.
- Che Ramón! ¿Me haces un té para llevar? Hoy no me quedo.
- Dale, ahora te lo hago, y está vez va por cuenta de la casa.
- Pero Ramón!
- No seas necia. Esta decisión no está sujeta a queja ni mucho menos.
- Argh..
Era la primera vez que escuchaba su voz, firme, gruesa pero sin dejar de ser delicada, segura. Estaba a menos de 10 centímetros de mí, y finalmente esa mujer que estuve ingenuamente vigilando (a falta de forma menos espeluznante para decirlo), estaba en frente mío, con sus ojos café, su pelo espumoso y largo, vestida con una pollera celeste, tacones blancos y un saco que la hacía parecer más alta de lo que era. No sabía aún su nombre, pero presentía que no iba a tomar mucho, necesitaba solo una línea lo suficientemente buena para iniciar una conversación en recompensa de no poder verla vivir un par de horas en un bar perdido en San Telmo.
Me miró por un instante, como alguien que mira a un extraño, sosteniendo una sonrisa educada y dudosa. Legítima. Le sonreí de vuelta y atiné a soltar una conjunción de palabras que parecieron correctas, con dejo de complicidad acogidos por el ambiente, ahora cálido.
- ¿Sabías que no se llama Ramón, verdad?
Soltó una risotada y me miro como uno mira a un infante después que éste le hace una observación naive. Tomó la banqueta de al lado mío, se sentó, acomodándose como si fuera a contarme un secreto.
- ¿Ves? ¿Ves su cara? Me dijo muy cerca al oído, con una distancia casi obscena, casi clandestina, casi imperfecta.
- S..sí - Solté una mirada de confusión.
- Esa es la cara de un hombre que se llama Ramón y fue un ex-convicto de la cárcel de Devoto, luego de cumplir la pena por matar a su esposa e hijos - Me miró impaciente, esperando mi reacción. Su posición ostentaba seriedad.
No sabía qué responder, jamás había estado en una situación de tal índole, ¿quién era verdaderamente aquella persona al otro lado del mostrador?, ¿quién era verdaderamente ésta mujer de ojos almendrados susurrándome al oído los detalles de un aparente criminal que había hecho mi café?, ¿qué actitud debía tomar?, ¿debía asustarme?, ¿jugar de valiente?, ¿de incrédulo?.
Pedro, o Ramón, o como se llamara, le entregó en un vaso térmico su té, seguido por un "Gracias" sentido y un guiño de complicidad.
Me miró y susurró antes de irse, con el mentón apoyado suavemente en mi oreja: "Podes dejar los caóticos pensamientos de tu cabeza a un lado, todo lo que te dije recién es una mentira" riéndose, como una niña que acababa de jugarle una broma a su hermano mayor con la única satisfacción de jugar con su mente. Dejándome la cabeza paralizada, se marchó dejando en el aire un olor a jazmín que no fui capaz de olvidar.
Ramón, o mejor dicho, Pedro me dijo:
- Es buena ¿eh? La mejor escritora de historias que conozco. La única persona que puede hacerte creer que el cielo es rojo a pesar de que vos lo veas azul! - Me confesó sabiamente. Reí en mis adentros, recordando mi historial con mujeres manipuladoras y reeplanteándome mi interés por seguir acechando a una mujer que cumplía con el patrón de los fracasos anteriores. Tomé un sorbo de mi café, y quise retirarme de aquél lugar.
- Chau Ramón! - Grité, pensando en lo absurdo de la frase.
- Adiós hombre! ¿Espero verlo mañana para admirarla a la niña? - Y con esas líneas, todo el acto de disimulo que pensaba tan bien desarrollado, cayó como una realidad embustera.
- ¿Era tan evidente?
- Usted no es el único que se detiene a mirarla, esa muchacha es una piedra preciosa en bruto. Es una pena verla siempre sola. - Y con esa frase, se volvió a prender la llama del interés.
- ¿Siempre sola? - Me atropelle por responder.
- Sí.
-Quizás es algo que debamos remediar, ¿no le parece Ramón?.
- Simplemente no la lastime a la damita. Es de las buenas.
- Gracias por el consejo, pero probablemente ella me lastime primero a mí antes de que yo la lastime a ella.
Con la mirada sorprendida de Ramón, o mejor dicho Pedro, reposando en mi nuca, me fui del bar y comencé a manejar sin destino, tenía la leve sensación de estar en esos momentos de la vida, que marcan historia y ser consciente de ello. Cómo si ese momento, ese instante, lo definiera todo.
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