Los devenires de ciertos relojes del tiempo han marcado mi camino hacia ciudades extrañas, donde la gente no ama y pierde todo el tiempo. He construido un robot, un robot que he personificado diariamente durante muchas épocas y temporales, un robot que me ayudo a no sentir nada cuando sentir algo era primordialmente desventajoso. Dicho robot me acompañó durante los viajes al inframundo, para renacer no exactamente al 3er día, y menos entre los muertos.
Renací, pero entre los vivientes y llenos de sentimientos, entre aquellas personas que eran sorprendentemente honestas con sus sentimientos y no participaban de los juegos del destino, del universo. No pertenecían a ningún orden, ni a ningún siglo, eran actuales y eternas. Entre aquella raza de seres milagrosos encontré mis peores pesadillas, la honestidad puede ser un arma conflictiva en manos de gente hiriente que me amoldó el corazón luego de obtenerlo. Pero de entre todos ellos, un hombre misterioso y un tanto introvertido se acercó a mí, a curar las heridas hechas por los hostigadores, sin poder de hecho hacer nada. Buscando una brisa y llevándose un poco más de lo que tenía para dar.
El hombre permaneció a mi lado, probándome que mi teoría de gente abandónica y egoísta se encontraba errónea, en lo que respectaba a los demás, los terminé olvidando. La gente que no se necesita, se conoce y se va en un santiamén. Por eso mi robot no se encariñaba con nadie, porque todos se iban, al menos hasta dicho acontecimiento que curtió mi piel para crear un cuero más suave y dócil.
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