Jamás me gusto darle opiniones sobre las cosas a la gente, nunca me sentí en esa posición de, por un lado, experiencia y, por el otro, sabiduría. Uno le pide consejos a otra persona porque ve en ella un referente. Yo no quiero que nadie me mire como referente, no está bien, no es correcto, es retorcido e impersonal. Cada uno debería ser su propio referente. Yo no. Yo no. Que algún Dios me libere de esa maldición.
Algo parecido me pasa con los consejos, los consejos son mensajes que uno le transmite a alguien con la esperanza de dejar una enseñanza, con la esperanza de influenciar una opinión que indirectamente se dirija a nuestro concepto de lo que está bien y lo que está mal. Que siga nuestros parámetros, no los del otro. Son mensajes que uno da por haber vivido esas mismas situaciones o quizás por tener una moral muy determinada. Son mensajes, que pueden ser recibidos o no. Mensajes pedidos y que no puedo evitar dar. Irónico.
Soy buena consejera. Será porque sé que decir, sé cómo actuar. Será porque la frase “haz lo que digo, pero no lo que hago” se aplica demasiado bien para mí, perfect fit. Porque cometí demasiados errores en mi corta vida, porque viví situaciones no-aplicables a mí edad, porque tengo un poco de lo que algunos llamarían “calle” pero a mí me gusta decirle “dolor”, “realidad”. Y sin embargo, hay gente que cuestiona si tengo tales condiciones, si solo finjo el dolor y la experiencia. A ellos me gustaría decirles: vengan y vivan mi vida.
Miré el reloj, eran las 8 en punto y “Ana” seguía ahí, tocando los libros con la mano, sintiendo el olor y la textura de sus tapas, haciendo lo que yo hago todas las tardes a penas entro. Viviendo las hojas. Aunque no los haya leído a todos, disfrutaba de su compañía. Es una sensación sublime.
Suspiró y miró su reloj.
- Ya deberías cerrar, ¿no?
- A las 8 cierra el local, a las 8:01 abre el consultorio sentimental
- A las 8 cierra el local, a las 8:01 abre el consultorio sentimental
Las dos nos reímos fuerte y con un aire nostálgico. Ella estaba buscando ahí lo que yo busque toda mi vida y que solo me pudo dar una persona. Estaba buscando un oído y una copa de vino blanco.
- Un día duro eh?
- Todos mis días son duros – “¿Así de emo sonaré yo?” me pregunté -
- Ese es el punto – atiné a decirle
- Perdón?
- No me disculpes el atrevimiento, es que siempre pensé que si uno siente que la está pasando mal, tiene que tener en cuenta que hay alguien que la esta pasando 10 veces peor. Vos estás en tu cama llorando, pero otra persona está en la calle llorando. Sin nada.
- Entiendo, sos de las positivas.
- Dios me libre de tal augurio.
- Entonces?
- A veces se me da por vivir y pensar fuera de mi burbuja. Al dejar de mirar el propio ombligo, se pueden ver y entender cosas maravillosas.
Se quedo un rato pensando, yo mientras decidí a terminar de contar la caja y ordenar todo. Supuse que se iría cuando yo lo hiciera.
Cuando terminé de hacer mis deberes, procuré que se notara evidente el ruido de las llaves y mi brusco movimiento para agarrar el bolso. Entendió lo que significaba y enfilo su esbelto cuerpo hacia la puerta. Era alta, no más que yo, pero era alta.
Abrí la puerta y salimos ambas, cerre las cuatro mil cerraduras que César se encargó de ponerle al pequeño negocio en la calle “Cucha-Cucha” de Caballito. Siempre pensé que era mucho más útil una persiana común y corriente. César era excéntrico, era glorioso.
- Fue un gusto poder compartir un poco de silencio con vos. – Le dije
Me miró y puso los ojos en otro mundo. Quede incómodamente quieta, entre una mujer que aparentemente se había abstraído hacia su propio mundo y entre el frente de un local con cuatro mil cerraduras, cerrado (valga la redundancia). Quería marcharme con demasiadas ansias. Escapar a mí pequeño departamento en Capital. Esfumarme.
De repente, de la nada, me miro fijo. Respiro profundo y abrió su boca dejando salir una brusca acusación.
- Vos estabas hoy en el subte – La miré sorprendida. Se había dado cuenta de mí identidad. Un poco de miedo mezclado con vergüenza me colmó el alma, no sabía ni que decir, ni que hacer. Había estado fingiendo no conocer su situación todo el tiempo, le había mentido sin si quiera quererlo. “Busted Rebecca, busted” decía la molesta vocecita en mi cabeza similar a la de María Callas. Destructoramente bella, como todo en mi interior.
- Sí – respondí.
- Y sin embargo no dijiste nada...
- Bueno, es que…ehm..
- Gracias.
- ¿Qué? – No era ciertamente la reacción que esperaba.
- Gracias.
- Sí, sí. Eso lo escuché. Pero ¿por qué?
- Por ser vos...
- Un día duro eh?
- Todos mis días son duros – “¿Así de emo sonaré yo?” me pregunté -
- Ese es el punto – atiné a decirle
- Perdón?
- No me disculpes el atrevimiento, es que siempre pensé que si uno siente que la está pasando mal, tiene que tener en cuenta que hay alguien que la esta pasando 10 veces peor. Vos estás en tu cama llorando, pero otra persona está en la calle llorando. Sin nada.
- Entiendo, sos de las positivas.
- Dios me libre de tal augurio.
- Entonces?
- A veces se me da por vivir y pensar fuera de mi burbuja. Al dejar de mirar el propio ombligo, se pueden ver y entender cosas maravillosas.
Se quedo un rato pensando, yo mientras decidí a terminar de contar la caja y ordenar todo. Supuse que se iría cuando yo lo hiciera.
Cuando terminé de hacer mis deberes, procuré que se notara evidente el ruido de las llaves y mi brusco movimiento para agarrar el bolso. Entendió lo que significaba y enfilo su esbelto cuerpo hacia la puerta. Era alta, no más que yo, pero era alta.
Abrí la puerta y salimos ambas, cerre las cuatro mil cerraduras que César se encargó de ponerle al pequeño negocio en la calle “Cucha-Cucha” de Caballito. Siempre pensé que era mucho más útil una persiana común y corriente. César era excéntrico, era glorioso.
- Fue un gusto poder compartir un poco de silencio con vos. – Le dije
Me miró y puso los ojos en otro mundo. Quede incómodamente quieta, entre una mujer que aparentemente se había abstraído hacia su propio mundo y entre el frente de un local con cuatro mil cerraduras, cerrado (valga la redundancia). Quería marcharme con demasiadas ansias. Escapar a mí pequeño departamento en Capital. Esfumarme.
De repente, de la nada, me miro fijo. Respiro profundo y abrió su boca dejando salir una brusca acusación.
- Vos estabas hoy en el subte – La miré sorprendida. Se había dado cuenta de mí identidad. Un poco de miedo mezclado con vergüenza me colmó el alma, no sabía ni que decir, ni que hacer. Había estado fingiendo no conocer su situación todo el tiempo, le había mentido sin si quiera quererlo. “Busted Rebecca, busted” decía la molesta vocecita en mi cabeza similar a la de María Callas. Destructoramente bella, como todo en mi interior.
- Sí – respondí.
- Y sin embargo no dijiste nada...
- Bueno, es que…ehm..
- Gracias.
- ¿Qué? – No era ciertamente la reacción que esperaba.
- Gracias.
- Sí, sí. Eso lo escuché. Pero ¿por qué?
- Por ser vos...
Todo esto lo entendería un par de horas después.
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