Uno puede reírse de su mala suerte, de sus momentos irónicamente malos, de la forma extraña y masoquista de la que nos ama Dios (si es que realmente creen en Dios). Pero tener 365 días continuos de infortunios uno detrás del otro, eso no tiene precio, no tiene lugar en el mundo cómico.
A las vísperas de un año que se iba, lo mejor para mí era escapar de mi hábitat natural, esperando que al volver todo fuera diferente. Tener fe en un verano que iba a acortarse por mi vagancia académica, a disfrutar de pocas vacaciones…pero vacaciones al fin.
Siempre tuve una especie de adicción por la gente que tiene una imagen desastrosa, obsesiva. Me gustó toda la vida jugar con los límites, mis límites. No hace falta decir, que lo límites de los demás son tentadores, sobretodo de las personas con enfermedades compulsivas. Las relaciones enfermizas me tientan, sentirme completamente perseguida…hay algo de belleza en eso, en todo eso.
Mis infortunios quizás tienen nombre pero probablemente sean, en su mayoría, mi culpa. Querer escapar no es coincidencia, es consecuencia.
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