viernes, 21 de marzo de 2014

Entre la oscuridad de la habitación, le tiene paciencia a mis ronquidos y mis berrinches. Escucha mis teorías y en vez de quedarse anonadado por sentirse menor, me pelea. Y eso me vuelve loca. De amor. En vez de sentirse intimidado por la intensidad que mis palabras conllevan, me pelea y me enamora entre sábanas y maullidos. ¿Cómo no amarlo? me pregunto. La mano que pone en mi hombro cuando estoy discutiendo y subo la voz, intentando calmarme, que me pone más loca porque no me gusta ser callada. Menos por un hombre. Mi orgullo femenino, y me honestidad bruta. Bruta. La verdad que se me escapa de los labios y le golpea la cara, no lo achica. Lo hace más fuerte. ¿Cómo no amarlo? me pregunto. 
Mis inseguridades que se muestran a través de las grietas del concreto de mi corazón, fuego ardiente que apaga a besos. No quiero ceder, por temor a caer un precipicio sin retorno, pero ¿qué tal si ya caí?. No quiero entregarme, porque peco de sometimiento, y sin embargo mis parábolas sobre el amor se mantienen firmes como los valores que tenía de bandera en mi adolescencia.
Dos individuos que comparten su vida, no que se fusionan. La posesión como pecado, y el amor como una gloriosa representación de que si duele, no lo vale. Esas son patrañas de la racionalización de un dolor que jamás debería haber surgido.  El amor representado no como un favor, sino como una elección diaria. 

Te amo tanto, que no duele.

No hay comentarios:

Publicar un comentario