miércoles, 11 de abril de 2012

de los días en Gibraltar... - III

I
II

Paso un tiempo hasta que volvía a
aquel bar, en el fondo de mí tenía la leve esperanza de ser capaz de olvidarla. Había mucho que me gustaba de ella, pero había mucha figurita repetida también y tarde o temprano son las mismas combinaciones las que lideran al fracaso, a la crisis. No me sentía lo suficientemente seguro de estar preparado para enfrentar todo eso.
La verdad es, que meses antes de encontrarla escondida en algún café, mi cabeza estaba muy enferma, muy demente. Me había sumido en una profunda depresión a causa de una relación fallida, con riesgos de sonar cliché. En mi cabeza me había intentado asesinar muchas veces sin que nadie lo supiera, la opción de terminar con mi vida fue muy apetitosa durante mucho tiempo.
Sería extremista decir que ella me salvo, no creo que personas salven a otras. Creo sí, que las personas se salvan a sí mismas con el objetivo de ser mejores para quien tienen al lado, creo en el incentivo ocasionado por otro. Y eso es lo que el paso de su huracán dejó en mí.

Al entrar al bar, después de un par de semanas de ausencia, los mozos me miraron confundidos, incluso el mismo Pedro. Lo único que lo logré, fue mirar al piso vergonzosamente como cuando uno es puesto debajo de la lupa. Tenía miedo, sí, tenía miedo; tenía miedo que ella no estuviese más ahí, que se haya olvidado de mí, después de todo tantos esfuerzos, ir tantas veces y solo mirarla, hubiesen sido en vano. ¿Qué si había cambiado de bar?, ¿qué si se había mudado?, miles de pensamientos se atosigaban mi mente, chocándose uno con otro, acelerando mi corazón, llenándome de adrenalina.
Me senté en la barra, como siempre, y lo miré a pedro con un dejo de picardía y nervios, me sonrío y sólo me dijo
- ¿lo mismo de siempre?
Asentí.
No había inspeccionado el lugar aún, pero se veía cambiado, más luminoso. Por primera vez en mucho tiempo, noté los cuadros y platos colgados en sus paredes, las botellas de alcohol viejas, el color verde entre paste y seco de sus paredes y mucha, mucha historia. El lugar exhalaba historia de sus paredes. Había un par de fotos que iban de blanco y negro hasta color, con diferentes personajes de las diferentes épocas. En la tercera foto aparece Pedro, en realidad su versión joven, calculo que habrá tenido unos 14 años y está sentado al lado de algún futbolista famoso de la época. Nunca me gusto el fútbol, pero hubiese deseado que sí, me hubiese gustado poder decirle unas palabras a Don Pedro al respecto, romper el hielo, el silencio, la incomodidad.

- Tome Jefe, sírvase.
- Gracias - Dije cordialmente.
- Mucho tiempo sin verlo, ¿se olvidó el camino a Gibraltar? - Me dijo y se río jocosamente. A mí también me pareció graciosa la frase, pero ese día me había levantado extremadamente pensante y no parecía estar muy conectado con mis emociones, solo sabía que necesitaba verla. Seguidamente pensé, "Perderme? Ja." Me había memorizado 14 caminos diferentes para llegar al café, ansiando que en alguno de ellos el universo me daría la oportunidad de cruzarme con ella, siempre sin suerte.
- Uno nunca se olvida el camino a Gibraltar - atiné a responder.
- Sobretodo cuando su corazón no le permite, no cierto? - Me manifiesta.
Estaba al descubierto, no solo yo, sino que también mis intenciones, mis sentimientos. Solo pude responder con decoro:
- Ella está acá?
- Mire a su derecha - Y me hace un gesto con su cabeza, un tanto calva y rapada, como cuando las personas van quedándose sin pelo y optan por no pasar vergüenza.
Allí estaba, otra vez. No creía que fuera posible que el corazón me saltara del pecho, pero en ese momento estaba seguro que iba a suceder, mis frente comenzó a sudar invisiblemente y mi respiración aumentó su curso normal. Una voz en mi cabeza decía "háblale", pero ¿cómo?, ¿cómo podía hablarle sin quedar como un extraño?, después de todo yo había desaparecido antes de, si quiera, establecer una mínima y cordial relación con ella, esas relaciones de "hola" y "chau" que terminan en finales felices, hijos y anécdotas para las reuniones familiares. Sí, mi cabeza había comenzado a divagar eternamente, proceso mental que se divisaba en la cara y que el gran Don Pedro me ayudó a sortear.

- Damita, aquí está su café! - Gritó, mientras yo me sentía cada vez más cerca del acv y me acordaba de la propaganda de las Aspirinetas. ¿Por qué uno recurre a los recuerdos más ridículos cuando está en situaciones límites?.
- Oh, ahí voy. - Respondió, levantándose de su silla y dejando de lado el libro que parecía encantarla. Tenía un vestido floreado, tacones negros y una campera de hilo amarilla, un poco excesiva para la temperatura actual, por lo que supuse que era de aquellas mujeres friolentas.. mi antítesis, yo vivía con calor todo el tiempo. Vino a un paso seguro, firme, distraído y antes de llevarse su café me miró.

- Hola extraño. - Dijo.
- Oh, ho-hola. - Me atropellé en decir.
- Hacía mucho que no lo veía por acá - ¿Realmente había notado mi ausencia? Esto se me hacía increíble.
- Me tomé un break, cada tanto hace bien.
- ¡Si tan solo yo pudiera entender eso! - Sostuvo mientras se alejaba de la barra y, cuando pensé que la conversación se había terminado, dió media vuelta mirándome para decir: "te vas a quedar ahí sentado, o me vas a acompañar?".
En otro contexto, cualquier persona la hubiese tomado como una actitud engreída, un tanto soberbia y manipuladora. Yo creo que, había ciertas cosas implícitas en el aire, cosas que se notaban.

Al menos, eso espero.

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