jueves, 25 de octubre de 2012

Circulos viciosos.

Escapar de las responsabilidades nunca se vio tan fácil, menos con sus piernas enroscadas en mi espalda y sus carcajadas inundando la habitación. Era una mañana de domingo, los árboles estaban floreciendo, parte de mi amor también.. deseé que fuera una de esas plantas de invierno, que nunca marchitan sus flores.
Mentiría si dijera que desde que está a mí lado, escribir se me da bien. No sé si es una maldición o una bendición, cómo si su dulce presencia con olor a jazmín me haya librado del encanto de las letras, finalmente.
Las prisiones en las que los escritores nos encontramos son peores que las filipinas, y aunque confesar eso es lo más cerca de una blasfemia que voy a estar en toda mi vida, debo declarar que lo preferiría. Vea, la prisión del escritor está dentro de su cabeza carcomiéndole la inspiración cada tanto, la esperanza cada poco más. La esperanza que contrae la necesidad crear continuamente historias que bailan sueltas en su cabeza es agotadora, y terriblemente gratificante cuando algo sale mejor de lo esperado. Es una filosa moneda de dos caras, ambas amargas.
Ser escritor no es más que ser un mono con platillos.
Y acá estoy por fin, liberado del hechizo. Con la gratificante idea de que quizás, nunca más vuelva a gozar dolorosamente del deber de escribir. Quizás sea lo más parecido que voy a llegar a vivir sin parámetros o perjuicios, ¡quizás incluso comience a escribir de verdad!, ¡qué alivio!, ¡qué gloria!, ¡qué desesperación!.

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