martes, 13 de diciembre de 2011

El destino me dijo "yo te espero", y me esperó.


Soy muy orgullosa para pensar que él me salvó, o quizá le atribuí a tantos idiotas mi salvación que no quiero arruinarlo a él también. Pero me motivó a que yo me salvara un poco más, me motivo a querer ser mejor. Tarde o temprano, nos damos cuenta que eso es de lo que se trata el amor, de querer darle tu mejor versión, querer ser mejor por él; no de salvar a alguien.
Llegó en un momento en el que me odiaba, un momento en el que había mucha locura en mi cabeza. No puedo explicarlo, no quiero explicarlo. Pero llego en la cima de mi enfermedad para ayudarme a dejar de volar y poder poner los pies en la tierra. Estoy enferma, pero no lo siento, gracias a él no lo siento. Es mi anestesia.
No soy capaz de ver mis virtudes, por eso amo mis defectos y los defiendo, son los únicos que me marcan y definen como soy hoy. Él es positivo, ve magia en mí y yo no la encuentro. No soy perfecta, pero me ve perfecta. No necesito llenar espacios con palabras para que me quiera, necesito mirarlo fijo un poquito más de lo debido, y darme cuenta que esto es real.

Me quede un rato mirando por la ventanilla del taxi. Eran las 3 de la mañana y mis pies me estaban matando, jamás entendí porque me empeño en usar tacos siendo alta, pero es parte de mí. Sin quererlo, empecé a pensar en él, en cómo se dio todo. No diría que fue suerte, no diría que fue el destino. Diría que fuimos, somos, dos personas que se encontraron después de buscarse tanto. Supongo que a veces llegan esos momentos, momentos en los que cumplimos la cuota de tristeza y podemos empezar a ser felices, a sentirnos un poco más completos. Reales. Vivos.

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