miércoles, 16 de noviembre de 2011

Noches sin reproches IV


Abro las canillas, la presión sale más fuerte de aquella con agua caliente, que la de agua fría. Rio por fijarme en esos detalles. Las cierro, me sumerjo en la bañera, apoyo mi cabeza en un costado y miro el techo. Me dormito entre la espuma y pienso que feliz sería el mundo, a veces, sin mí.
Después de 15 minutos empiezo a jugar con los grifos, los abro y cierro con el dedo gordo del pie. Soy demasiado alta para esa bañera, siempre lo supe y me acostumbré.
Salgo y me miro al espejo desnuda. Casi nunca tengo el valor de hacerlo y, aunque hay algo poético en mi piel, me odio a mí y a mis restantes 15 kilos. Siempre lo supe, solo lo disimulo. Sin embargo él estaba allí en la puerta de la librería, siendo capaz de amarme a mí y a mi exceso de carne, de piel, de desfachatez. Aún así no podía quererlo, creí demasiado tiempo en los finales felices y ahora sé que no existen.
Salgo del baño y voy hacia me habitación, todo seguía igual…un poco más empolvado, un poco más brillante. El sol estaba en su punto culmine, el reloj marcaba las 2.35pm, tenía tiempo de vivir un poco aún, pero no me decidía qué hacer. Aún así nada importaba, yo seguía muriendo junto al pasar de los segundos, mis células perdían fuerza y morían con rapidez inigualable. Siempre me asombró la idea de morir ante los ojos de todos y que ellos solo piensen que morir, es un momento.
Elijo con suma precisión la ropa, intento no repetir, no mezclar y arriesgarme a lo nuevo. Intento ponerme todas las propagandas positivas encima y salir con mi mejor cara de felicidad, como si hace dos minutos atrás no me estuviese muriendo de angustia entre las cuatro paredes de mi departamento en Capital. Salgo y la gente esta corriendo hacia el deber, qué asco me dan...soy tan parte de ellos y tan distinta a la vez.
Miro el reloj y me doy cuenta que estoy por llegar tarde a la librería, no quiero llegar tarde de nuevo. César me va a mirar con sus ojos de regaño y me mandará a la caja, a mí me gusta estar con la gente y ver sus ojos, descifrar sus gustos, sus pasiones. Cobrar es para gente común. Yo quiero inspirar.
Me tomo el subte, siento el olor a electricidad. Llega, se abren las puertas y la gente corre como si tuviesen un cronometro en la nuca, quizás yo también debería actuar así...pero no podría disfrutar de ver sus caras, mi cara. Son solo dos paradas, y tendré que dejar de ser yo para ser mi versión para ellos. Me siento en aquellas butacas forradas con un tapizado de semi-gamuza azul. Me parecen bastante de cabarute, pero me siento. Comienzo a mirar a la gente a mi al rededor, tienen todas mirandas cansadas, preocupadas. Me pregunto como me veré yo al lado de ellos, como me verán, si estoy igual, si estoy mejor. Veo una mujer sentada a mi derecha, mira al vacío y lágrimas brotan incesantemente recorriendo sus mejillas. Intenta disimularlas, he estado ahí, sé lo que se siente. Es imposible. No puedo evitar querer estar en esa cabeza, saber qué es lo que pasa.. y escribir sobre ello. Pero no puedo, soy una pasajera más y estoy por bajarme. Ella sigue ahí sentada, sola, sin tener una solución a su brote emocional. Llega mi parada, la gente se levanta y la pierdo de vista. Subo hacia la superficie. Sigo pensando en ella, en mi trabajo, en inspirar, en escribir, en llegar a horario.

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