domingo, 27 de noviembre de 2011

Noches sin reproches VIII

La semana continuó con su monotonía rutinaria. Si por un momento pensé que Ana volvería por la librería, me equivoqué, no lo hizo. Ni esa semana, ni la siguiente, ni nunca.
Mentiría si no dijera que me sentí un poco abandonada y bastante vulnerable, jamás había confiado en nada ni nadie, y ella en menos de 15 minutos había impugnado su presencia en mí más que nadie más. Quizás el hecho de confiar no solo reside en nosotros, sino en la lectura que realiza la otra persona de vos, a veces no hace falta hablar, simplemente observar.
De a poco, quise ir olvidándome de ella, pero su tan descifrable frase (sarcasmo ON), no me dejaba. Buenos Aires era la ciudad, la selva…el destino, Dios, o como se me ocurra llamarle a la fuerza qué esta por arriba, debía hacer que la cruzara, que encontrara mi respuesta, al menos por una vez en la vida.

Siempre fui un poco cabrona e intente arruinar la mayoría de mis relaciones. De buscar defectos soy experta, esos defectos son cosas que mis anteriores novios no pudieron jamás aceptar.
El silencio es algo tan hermoso, algo tan primordial en una relación de dos. Atesoro a la soledad tanto como al silencio, pero no, ellos tenían que llenar espacios con frases como “Qué lindo esta el día, ¿no?”, a lo que mi cabeza cínica solo podía responder “si amor, ambos nos dimos cuenta, ahora cállate”. Sí, y aún con esas respuestas las relaciones seguían un par de semanas más, más que estúpidos eran héroes (Pero en mi defensa, ellos sabían donde se metían).
Ustedes díganme, si dos personas no pueden estar armónicamente en silencio, tranquila ¿de qué sirve?, ¿de qué sirve estar llenando espacios incómodos? Siempre tuve el ideal, que el silencio entre dos personas que se corresponden no es más que algo hermoso, y nunca incómodo. Con ellos era el infierno, con Ana, no.

¿Qué me estaba pasando?

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